Cada vez que veo maratonistas me pregunto: ¿por qué corren? ¿A dónde van? Saben que es inútil. Yo pinto para aprender a sostener. Insistir, quizás de eso se trata.
Al comienzo de la cuarentena me regalaron flores. Hay que regar flores con indiferencia, pensando en otra cosa. Cantando. Con humildad.
Una planta de jazmines en un jarro fue lo último que entró a casa. Pienso en pintarla, en Fantin-Latour, en las naturalezas muertas, y en que, curiosamente, los ingleses las llaman Still Life.
Ayer leía un evangelio apócrifo de Tomas. Dice: “Cuando saquéis lo que hay dentro de vosotros, esto que tenéis os salvará. Si no tenéis eso dentro de vosotros, esto que no tenéis dentro de vosotros os matará”.
Mi tarea es austera. Mi padre, su hermano y su padre vivieron en talleres, con herramientas de trabajo, hierro, sierras y plomo. Ahora yo vivo en un taller, con maderas, telas y grafito. Para hacer lo que hay que hacer no se necesita mucho
Sobre un escenario, un dramaturgo afirmaba que el sentido original de la palabra “idea” es “yo veo”. Supongo que los románticos también creían eso.
Ocúltese y no se muestre, me decía.
Ese soy yo: el esquivo, el que pinta por motivaciones íntimas. Jugando con dos gatos. Leyendo historias derviches. Amasando el pan que como. Con un ramito de flores sobre la mesa.